La arquitectura es como una célula de un tejido palpitante, y la ciudad entonces es, como un organismo vivo en un territorio concreto y cambiante. Arquitectura y ciudad tienen como origen y propósito final a la humanidad. No hay manera de ser arquitecto o urbanista, si antes no se sabe ser, con plenitud e integridad, un humanista cabal. u
Ejemplar fue el decir y el hacer de José Villagrán García (1901-1982). Sabio arquitecto, versado en la teoría y la práctica arquitectónica del siglo XX mexicano. Eran los primeros años de la década de los años setenta del siglo XX. También la última década de su fecunda vida. Decía enfático don José que: “La Arquitectura es un oficio de humanistas y que no hay manera de ser arquitecto, sin antes formarse como humanista”. Esto sucedía durante una conferencia ofrecida a los alumnos de primer ingreso en el teatro Carlos Lazo, de la entonces Escuela Nacional de Arquitectura. El teatro estaba abarrotado de cabezas involuntariamente rapadas, y no por equívocas filiaciones políticas. “Para llegar a ser un humanista -continuaba don José- es necesario, pero nunca desde luego resulta suficiente, el saber, conocer y entender acerca de: Antropología y Matemáticas; Geometría y Biología; Ecología y Economía; Física y Filosofía; Historia y Política; Leyes y Sociología…” entre otras disciplinas humanas. Esto es, ser humanista significa mantenerse versado en las ciencias, las artes y las humanidades de su tiempo. Pero sobre todo, ser humanista significa estar al servicio: primero de los “prójimos o próximos”, y siempre al servicio de la humanidad mayoritaria, que son los pobres de la Tierra.
Un mexicano y humanista universal como Alfonso Reyes, propuso y encarnó con su obra el infatigable ejemplo del humanismo. ¿Cómo ser humanista y servir de algún provecho para mi nación? Escribió don Alfonso: “La única manera de ser provechosamente nacional, consiste en ser generosamente universal. Pues nunca la parte se entendió sin el todo.” Jean Robert Jeanette fue generosamente universal en sus saberes y supo ser provechosamente nacional con su patria y su comunidad elegidas por voluntad y decisión propia. Supo ser un ejemplar ciudadano-andante de: Suiza, México, Morelos, Cuernavaca y la UAEM. Jean Robert fue provechosamente comprometido con México, su cultura y su gente. En particular, con la ciudad de Cuernavaca, a la que lo unió una creciente querencia. Cultivó perseverante esa querencia con sus habitantes, sus causas sociales y su patrimonio cultural y natural.
Jean Robert fue un singular arquitecto renacentista-posmoderno. También era un sorprendente polímata, versado en ciencias y artes. Políglota andariego, y memorioso poeta en la práctica de palabras y hechos creativos y libertarios. Un arquitecto y urbanista que supo mantenerse al margen de los aviesos intereses de la industria de la construcción y el mercado inmobiliario con sus descomunales ganancias derivadas de turbios negocios “públicos y privados”, para ser en cambio, un crítico mordaz, impecable e implacable de la urbanización capitalista y sus múltiples epígonos disfrazados de “desarrolladores inmobiliarios”. Crítico riguroso del urbanismo voraz derivado del lucro y el despojo. El urbanismo salvaje y arbitrario, donde se forjan las “grandes obras urbanas y arquitectónicas” que representan fabulosos negocios de ganancias insospechadas. Entendiendo que “Desarrollo urbano” es un eufemismo para ocultar el hecho de que el gremio de arquitectos y urbanistas estamos al servicio de optimizar la tasa de retorno por peso invertido, en cada metro cuadrado de suelo urbano. Jean Robert fue rara avis como arquitecto-filósofo, ecólogo-político, urbanista y poeta en la práctica de los de a pie. Peatón y conversador de “escucha atenta y sonriente”. Estudiante incansable de todo aquello que despertaba su curiosidad siempre al servicio de los otros. Fiel y decidido ciudadano urbanista, desde, por y para la comunidad. Jean fue un humanista comprometido y radical, al igual que su mentor y amigo Iván Illich. Desde que Jean llegó a México en 1972, buscando la figura señera de Monseñor Iván Illich, en el ahora legendario CIDOC de Cuernavaca. Desde entonces se convirtió en uno de sus cercanos colaboradores y amigo personal. También al igual que su afamado y controversial maestro, los saberes de Jean eran enciclopédicos en materia de: Arquitectura; Física; Matemáticas; Filosofía e Historia; Antropología; Ingeniería; Urbanismo; Política; Economía; Sicología, Sociología y Literatura. Entre algunos de sus principales y siempre crecientes saberes. Su conversación era invariablemente magistral, sosegada y erudita, persuasiva y polifacética. Su voz de trueno, con el tono de Zeus en el Olimpo, retumbaba con un timbre cercano al de algún profeta bíblico en plena Epifanía. En su rostro de “niño travieso” se dibujaba siempre una mirada perspicaz, extraña combinación de comprensiva e inquisitiva. Completaban su conversación: una sonrisa discreta, amable y persuasiva, junto a una escucha atenta y radicalmente respetuosa de la opinión del otro. Jean fue uno de los lectores más atentos de las tesis More geometrico expresadas en el libro de Illich “Energía y equidad”. Supo continuar por muchos años la investigación y la reflexión de lo que sucede en términos de Ecología Política con el aumento en la producción y el consumo de energía de origen no metabólico. Combustibles fósiles, nuclear y electricidad principalmente. No se dejaba engañar por el espejismo de las “energías alternativas” y el “desarrollo sustentable” pues bien sabía que su naturaleza era en realidad detestable. Más energía para aumentar sin descanso la producción y la distribución de más mercancías a lo largo y ancho del planeta. Mercancías inútiles para la comunidad, pero indispensables para mantener las condiciones materiales que garantizan la reproducción y acumulación de capital.
Jean como buen urbanista de los peatones fue un crítico implacable del derroche energético en la producción y transporte de materias primas y productos materiales manufacturados como resultado de las “necesidades del mercado capitalista y sus mercancías globalizadas”. Criticó con tenacidad el urbanismo depredador capitalista y la escolaridad y profesionalización del gremio al servicio de los intereses del capital inmobiliario. Poeta visionario y practicante impecable de la convivialidad comunitaria en los detalles creadores de la cultura popular. Noble maestro erudito, amigo permanente e incondicional “valedor”, andariego incansable por los caminos que llevan “a la libertad por el saber”. Lema de nuestra casa mayor, tribuna primera en los saberes de los mexicanos: El Colegio Nacional. Jean Robert fue un caminante que sabía prescindir del automóvil y de la fama. También fue un arquitecto y profesor universitario que supo deshacerse del título y la parafernalia de la escolarización ominosa que produce buenos consumidores.
Jean fue ajeno, como arquitecto y urbanista, a los cantos de sirena del capital inmobiliario. Se mantuvo lejano, como polímata austero, del boato que acompaña a los intelectuales “orgánicos y sebosos” pero ávidos de vivir del dinero público y alcanzar la fama. Jean Robert fue como su mentor y amigo Iván Illich un humanista radical. Comprometido como humanista con las causas de los pobres y marginados de la humanidad mayoritaria.
En su memoria y por su indeleble ejemplo recogemos y enarbolamos sus banderas. No hay deber más alto de los que sobreviven -dice Suetonio en "Vidas de los doce césares"- que mantener entre nosotros viva la presencia de los ausentes.
Leyendo y conversando sus palabras. Simplemente haciendo en su memoria y honor un mundo más amoroso y habitable. Hacer bien lo que se tiene que hacer, sin esperar galardón ni recompensa. Feliz del fruto que se cosechó en la rama comunitaria.
III. Epílogo Compartí con Jean la afición, que ambos cultivamos desde niños, de memorizar poemas. Todos los días un verso. Cierta jornada al final de un fatigoso domingo de trazar calles y fraccionar lotes, nivelar pendientes, mover grandes piedras o cargar y montar vetustas vigas, en la recién ocupada colonia popular Rubén Jaramillo, cercana a la ciudad de Cuernavaca. Contemplamos empapados de sudor, pues solamente contábamos con energía metabólica de voluntarios para cumplir nuestras tareas comunitarias. Contemplamos conmovidos, la solidaria nobleza de la gente pobre. Los colonos: hombres y mujeres, ancianos y niños trabajando con alegría, con emocionada dedicación y afanoso esmero en favor de su comunidad. Jean repentinamente empezó a cantar en francés con su vigoroso vozarrón de profeta bíblico un himno anarquista de su tierra. Al terminar el himno libertario, con la voz entrecortada y la mirada humedecida por la emoción del instante, recuerdo bien que le respondí que esa era la gente buena, sencilla y anónima que hacía la Historia de mi tierra. Ambos, como por ensalmo, recordamos los primeros versos de un poema de Amado Nervo (que él extrañamente conocía en una antología de una traducción francesa). Esos versos nos gustaban mucho a los dos, pues representaba para nosotros una postura política y moral que desde entonces nos unió por casi medio siglo. Fuimos amigos y lo seguimos siendo en esta nueva dimensión de nuestra amistad. Nos gustaba ser estudiantes de todo pero también nos gustaba el discreto anonimato, para pasar, como Fray Luis, inadvertidos. Estoy seguro que a pesar de nuestras afinidades literarias, Jean Robert no pasará inadvertido. ¡Oh! cuán bueno es pasar inadvertido,
¡dulce Fray Luis!, que no diga ninguno:
«Ahí va el eminente, el distinguido...»
Braulio Hornedo Rocha, Cuernavaca, Mor. 2 de octubre de 2020